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LA PASTORAL PENITENCIARIA A LA LUZ DEL “MENSAJE PARA EL JUBILEO EN LAS CÁRCELES”  Y  LA ENCÍCLICA “DEUS CARITAS EST”

 

DISCURSO DEL OBISPO RESPONSABLE DE LA PASTORAL PENITENCIARIA DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA.

 

Apreciado Sr. Cardenal, hermanos obispos, amigas y amigos todos, compañeros de nuestros hermanos y hermanas encarcelados:

En primer lugar, agradezco a los organizadores la posibilidad de compartir con vosotros unas sencillas reflexiones en el marco memorable de estas Jornadas de estudio, tituladas elocuentemente el "Rostro de Cristo preso", que evocan las palabras del mismo Jesús pidiéndonos reconocerle en cuantas personas se encuentran privadas de libertad. En efecto, nuestra fe proclama que "Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre" (Ecclesia in America 67), por eso "los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los semblantes sufrientes de nuestros hermanos el rostro de Cristo que nos llama a servirle en ellos: ‘los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo’ (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas" (Aparecida 405).

Desde este espíritu que orienta nuestro Encuentro, nos proponemos poner en relación la Encíclica de nuestro querido Papa Benedicto XVI, Deus Caritas est, hilvanándola con las importantes reflexiones, más especificas, que nos dejó Juan Pablo II en su Mensaje para el Jubileo en las prisiones (MJ) y nuestra propia realidad. Trataré de mostrar cómo ambos documentos constituyen una segura guía de viaje para la Pastoral Penitenciaria en todo el orbe católico y suponen, sin duda, una interesante aportación a una meditación sobre la realidad carcelaria, asumible incluso desde una perspectiva secular. No he elaborado una ponencia sistemática, más bien trataré de hacer una lectura comentada de los documentos pontificios, dejándome empapar por las reflexiones que evoca la realidad de la cárcel, la de quienes contra su voluntad viven en ellas y la de nuestro apasionante ministerio evangelizador entre los encarcelados.

Sin duda alguna, la Encíclica Deus Caritas est (DCE) constituye un precioso regalo del Papa actual a toda la Iglesia y, me atrevo a decir, a la humanidad entera. Ciertamente, no se refiere de manera específica a la realidad penitenciaria, pero atiende tanto a los elementos esenciales de la fe cristiana y de todo lo humano que resulta imposible no descubrir en ella un rico filón para orientar nuestra acción pastoral.

Permitidme que, antes que nada, señale algunas notas fundamentales de este texto papal, visto siempre desde la óptica de los hermanos y hermanas privados de libertad.

Me gustaría señalar -no es nada que no se haya reconocido por comentaristas cualificados- que, en primer lugar, se trata de un texto que se centra en lo más nuclear y básico de nuestra fe, en la experiencia fundante del Cristianismo. En efecto, señala el Papa, "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida" (DCE 1). Lo sabemos bien: la experiencia cristiana de Dios es propiamente una experiencia de "pasividad" o “receptividad” y acogida del Amor infinito de un Dios que nos quiere con incondicional locura más allá de nuestros pobres merecimientos. Quienes hemos experimentado la desmesura de este Amor salvador que nos sale al encuentro en la persona de Jesús, estamos en las mejores condiciones para disponernos a dos cosas muy importantes en la Pastoral Penitenciaria:

1)     Acercarnos al mundo de las prisiones con una mirada de amor, repleta de misericordia y ternura, alejada del juicio condenatorio, mirando a los reclusos y reclusas como sólo Dios sabe mirar. Solamente quien se sabe amado y perdonado sin límites es capaz de amar y perdonar a sus semejantes. Sólo desde ahí hacemos desaparecer las etiquetas y podemos descubrir el destello de Dios en las biografías más atormentadas, incluso en las de quienes han ejercido una indecible crueldad. Tiene razón el Papa: sin excepción –amar incluso a los enemigos- "el amor puede ser 'mandado' porque antes es dado" (DCE 14).

Por eso, la venganza, el odio -incluso en sus formas más refinadas e institucionalizadas- no pueden tener cabida. Lo señala Benedicto XVI: "a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza incluso con la obligación del odio y la violencia". Sin embargo, en cristiano no hay lugar para tal. Nuestra obligación como agentes de la Pastoral Penitenciaria es combatir todos los residuos de venganza tarifada que aún se cuelan en el sistema penal, hacer desaparecer toda forma de vindicación y de violencia. Pienso en la pena capital[1], en la tortura, en los tratos degradantes, en la forma de ejecutar las condenas en condiciones incompatibles con la dignidad de todo hijo de Dios (cf. MJ 6a), en las cadenas a perpetuidad que obvian la posibilidad de conversión y mejora de la propia vida, en la crueldad del aislamiento celular o, en su otro extremo, el hacinamiento... ¡Debe evitarse cuanto en la pena constituye una “mera retorsión social”! (MJ 4b) o “escuela de delincuencia”[2]. No podemos olvidar el impedimento a las libertades y derechos fundamentales, sin olvidar la libertad de conciencia y de religión. ¡Demasiadas personas presas ven conculcada su dignidad y su derecho a una asistencia y práctica religiosa según su credo!

Como podemos ver, la mirada de un Dios amor, es por ello mismo, una mirada poco condescendiente con la injusticia y cualquier resabio de venganza.

2) Por ello mismo, la segunda dimensión que hemos de tener muy presente, es que Jesucristo Libertador es también la respuesta a las inquietudes de los cautivos. La acción pastoral es la continuación por la Iglesia del ejercicio del ministerio de Cristo, guiada por el Espíritu en incansable peregrinación hacia el Padre dando una respuesta integral a todas las necesidades humanas. Lo decía muy bien el Concilio Vaticano II: “La Iglesia reconoce en los pobres y en todos los que sufren la imagen de su Fundador... y abrazando a todos los afligidos se esfuerza en aliviar sus necesidades y servir en ellos a Cristo” (LG 8). Esto se traduce también en la Pastoral Penitenciaria en una triple misión eclesial:

1ª. El anuncio de la Palabra, porque “la Palabra de Dios no está encarcelada” (2 Tm 2,8) y salva de “la pobreza del olvido de Dios” (TMA 52), permitiendo “el encuentro con cada ser humano, en cualquier situación en que se halle” (MJ 1c) y “profundizar su relación con Dios” (MJ 7d).

2ª. La celebración de los sacramentos que continúan haciendo presente la acción redentora y libertadora del mismo Cristo, porque “el encuentro de Jesús con el hombre es su salvación. Una salvación que, por otra parte, es propuesta, no puede ser impuesta” (MJ 2a)

3ª. El ejercicio de la diaconía, que supone en nuestro caso la liberación y dignificación de las personas presas en todas sus dimensiones materiales y espirituales desde el amor que “disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites y aguanta sin límites” (1 Cor 13,7). Se fundamenta en que “Jesús es compañero de viaje paciente, que sabe respetar los tiempos y los ritmos del corazón humano” (MJ 2a) acompañando a “cada uno a su propio ritmo a la salvación” (MJ 3b).

Como dice la Encíclica Deus Caritas est, "el amor engloba la existencia entera y en todas sus dimensiones, también el tiempo" (DCE 6); por eso, el “tiempo de condena es también un tiempo de Dios” (MJ 3c). De ahí que la Pastoral Penitenciaria, como toda acción pastoral eclesial, considera que el “hombre es el camino de la Iglesia” (RH 14; CA 53). Se trata de un "proceso que siempre está en camino" (DCE 17), y constituye mucho más que un sentimiento, o un mero chispazo (Cf. ibíd.).

En efecto, la Pastoral Penitenciaria como reflejo de ese amor de Dios hacia los encarcelados se dirige al hombre y a la mujer presos en su integridad y en las circunstancias concretas en que se encuentran. Es propiamente una acción pastoral, porque contempla al ser humano en todas sus necesidades y desde todas sus posibilidades. Es lo propio del amor, señala nuestro Sumo Pontífice, "abarcar al hombre en su integridad", por ello considera “todas las potencialidades del hombre" (DCE 17) sabiendo que "nunca se da por concluido y completado". "El amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres" (DCE 19). Muy bien lo decía también el Concilio: "La acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y todas sus necesidades" (AA 8).

Por eso, la acción pastoral de la Iglesia con los encarcelados trata de alimentar su espíritu por medio de la Palabra, los sacramentos y la oración, pero tampoco se olvida de sus necesidades materiales, ni de los auxilios legales que se puedan prestar para el pleno reconocimiento de sus derechos y la humanización del sistema penal y penitenciario (Cf. DCE 22). Se trata de ser una auténtica Buena Nueva para el encarcelado que tiene derecho a ser respondido en sus necesidades básicas por quienes constituyen la mano larga del Buen Dios, aportándoles “ayuda material y sosiego del alma (DCE 28b). "Como toda promoción humana "debe ser integral, es decir promover a todos los hombres y a todo el hombre" (GS 76). Se trata, en suma, de hacer posible que el tiempo de privación de libertad sea un tiempo de Dios (Cf. MJ 3c).

PRIMERA PARTE: El Amor de Dios y su aplicación a la Pastoral Penitenciaria

Como es bien sabido, el Santo Padre dedica la Primera Parte de su Encíclica a hacer un desarrollo hermoso y riguroso de Dios como Amor apasionado por la humanidad. Lo hace en un tono didáctico y catequético que bien pareciera el diálogo de un padre con sus hijos. Lo iremos comprobando también en la lectura aplicada a nuestra Pastoral Penitenciaria que pretendemos hacer.

Al comenzar su encíclica, Benedicto XVI denuncia que el lenguaje es siempre peligroso y manipulable. Lo afirma el Papa al señalar el uso tan diverso que se hace del término amor (Cf. DCE 2a). Lo indicaba también Juan XXIII en la Encíclica “Mater et Magistra”, cuando señalaba que el término justicia se entiende hoy de diversos modos incluso contradictorios (cf.MM 206). Otro tanto acontece con términos penales, penitenciarios y jurídicos como Derechos Humanos, reinserción social, prevención de la criminalidad... Demasiadas veces se contemplan estos hechos con una óptica reduccionista que los priva de su contenido más amplio y fuerte.  Quizá pocas realidades nos devuelven el espesor de la vida y el recto uso de las palabras como el hecho de la cárcel.

Cuando la Iglesia habla de la cárcel no se refiere sólo a un síntoma, el más visible si se quiere, del mal funcionamiento de la sociedad. Ciertamente, la Pastoral Penitenciaria se origina en la cárcel, pero ésta no se entiende completa si se reduce y se agota en ella. En consecuencia, yendo a las raíces, sus retos, coordinados con otras instancias eclesiales y sociales, habrán de ser:

1) Que entren en prisión los menos posibles. Ello requiere políticas de elevación de la calidad de vida, de promoción de alternativas penales a la prisión, sistemas sociales y judiciales justos… Exigirá acciones de prevención temprana con menores en riesgo social, apoyo a las familias pobres etc. Nada de esto es ajeno a la Iglesia. En efecto, como recuerda Juan Pablo II, “estamos lejos aún del momento en que nuestra conciencia puede permanecer tranquila de haber hecho todo lo posible para prevenir la delincuencia […] ; según el designio de Dios, todos deben asumir su propio papel para construir una sociedad mejor”(MJ 5b y d).

2) Que aquellos que entraron en la cárcel, estén el menor tiempo posible, en las mejores condiciones de vida, evitando el “riesgo de despersonalización” y viendo atendidas todas sus necesidades espirituales, materiales y jurídicas. La Iglesia les habrá de llevar “paz y serenidad” y con toda la sociedad tendrá que ofrecerles “un camino de rehabilitación”, pues “abstenerse de acciones promocionales en favor del recluso significaría reducir la prisión a mera retorsión social, haciéndola solamente odiosa” (MJ 1b, 5b, 4b). En efecto, la misericordia de Dios, “siempre nueva en sus formas” ayuda a ser creativos y a generar “nuevas ocasiones de recuperación para cada situación personal y social, aunque aparentemente parezca irremediablemente comprometida” (MJ 4b).

3) Procurando que nadie vuelva más a la cárcel, pues la represión de los delitos que una sociedad segura reclama no sólo no es incompatible con la búsqueda de la pronta normalización social de los infractores, sino que más bien la exige. Por ello, al tiempo que sanciona la conducta socialmente desviada, debe “ofrecer a quien delinque un camino de rehabilitación y de reinserción positiva en la sociedad” (MJ 5b). Para ello, habrá de lograr que funcionen “las estructuras que deberían ayudar a quien sale de prisión, acompañándolo en su nueva inserción social” (MJ 6c).

El punto de partida de todo ello es que, por designio del Supremo Hacedor, el ser humano es un fin en sí mismo. Ser imagen del Dios Amor evita caer en cualquier forma de manipulación, de relativismo o utilitarismo. Esto significa también que no podemos jugar con el castigo y, sobre todo, con las personas castigadas para tornarlas en herramienta ejemplarizante...  Nos sucedería lo mismo que a las prostitutas sagradas, como denuncia el Papa Benedicto XVI en su encíclica: en aras de algo supuestamente noble, estas mujeres eran reducidas a meros instrumentos, no tratadas como seres humanos y personas, privadas de su dignidad (Cf. DCE 4). Debemos tratar a los hermanos presos, a los hermanos inmigrantes, a todos los excluidos como auténticos hermanos evitando su instrumentalización.

Llama poderosamente la atención cómo, con honestidad y realismo, el Papa no desdeña las críticas que se han hecho a la Iglesia cuando se ha cuestionado una caridad no siempre bien entendida, o cuando el sentido de justicia no ha avanzado a la velocidad que reclamaban los tiempos (cf. DCE 27). Sin embargo, en honor a la verdad, desde sus orígenes, la Iglesia bien puede “presumir” de una credencial no pequeña que habrá de procurar no perder jamás: la atención a los presos[3]. Se juega en ello mucho más que la credibilidad: nada menos que la fidelidad a la voluntad explícita de su Fundador y a los valores del Reino que debe anunciar. No en vano, los encarcelados no sólo constituyen un "sacramento" del mismo Cristo, sino que incluso forman parte de su juicio final para creyentes y para no creyentes. “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme” ( Mt 25, 36). “Esta página no es una simple invitación a la caridad: es una página de cristología, que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que sobre el ámbito de la ortodoxia” (Juan Pablo II, Carta Apostólica NMI 49).

Lo resume de nuevo Benedicto XVI: "En el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (DCE 15). Sin duda alguna, el trato a los ancianos, a los discapacitados, a los presos y a los inmigrantes siguen siendo el indicador más valioso para medir la categoría moral de una sociedad, los valores de una legislación o la eticidad de las personas. También de la Iglesia que habrá de ser siempre "abogada de la justicia y defensora de los pobres".[4]

Si nos adentramos en el campo de las motivaciones de los agentes de la Pastoral Penitenciaria, sabemos bien que no sólo vamos a dar. También recibimos mucho. Se cumple así la esencia del amor que es la reciprocidad. Lo indica de nuevo el Papa: "El hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don" (DCE  7). En efecto, el mismo Jesús no sólo toca, también se deja tocar. La esencia de la caridad, del amor cristiano es su radical apertura al otro. Esto nos aleja de una forma paternalista o meramente asistencialista de abordar a nuestros hermanos presos y nos introduce en la más radical horizontalidad que es la fraternidad, que nace de la paternidad de Dios. Aquí no tienen cabida ni las actitudes salvadoras, ni las de quienes acuden para realizarse ellos mismos. En la reciprocidad se realiza lo humano y lo cristiano.

Desde ahí, la fe –dimensión de la verticalidad- "no construye un mundo paralelo o contrapuesto al fenómeno originario del amor, sino que asume a todo el hombre abriéndole a otras dimensiones" (DCE 8). En realidad, "todo se remite a Dios" (DCE 9) Todo está habitado por Él. “Todo es gracia”, pudo escribir también Bernanos. Por eso, nuestro empeño es tratar de descubrir y hacer crecer lo que Dios sembró antes en cada ser humano. Eso nos aleja de las acciones meramente proselitistas o de sentirnos en exceso protagonistas. No visitaremos nunca ningún lugar que Dios no haya habitado antes, no nos encontraremos jamás con nadie que previamente no haya sido tocado por Dios. Por eso, también en nuestro trabajo en prisiones habremos de saber aquello que señala Benedicto XVI: cuándo toca hablar y cuándo dejar que el amor en silencio sea la otra voz de Dios (cf. DCE 31).

El amor del que habla el Papa no es cualquier amor; es la plenitud del amor: "es amor que perdona" (DCE 10). Por eso, llega a afirmar que es un amor "que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra la justicia" (DCE 10). Reconcilia en la cruz la justicia y el amor. ¿No debiera esto también ser tenido en cuenta a la hora de entender el funcionamiento de los sistemas penales y penitenciarios? ¿No nos pone en la senda de una Justicia de corte más restaurativo, más reparador, más responsabilizador del infractor y más atento a las necesidades de las víctimas de los delitos que el modo de justicia convencional? ¿No es la hora de que en la Iglesia nos adentremos con más convicción por la senda evangélica de la justicia restaurativa y reconciliadora que por la meramente retributiva? No olvidemos que, siempre y hasta el final, Dios regala una oportunidad a cada ser humano para abrir su corazón a un amor siempre más grande que su comportamiento; “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,43) asegura Jesús al único santo que cuenta con el privilegio de una singular canonización personal y directa.

Este amor incondicional explica que en "Jesucristo, el propio Dios va tras la "oveja perdida", la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús hablaba en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en Cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es el amor en su forma más radical" (DCE 12)

La preocupación por los otros, la alteridad, en cristiano lo invade todo, porque es la esencia del Deus Amor. Por eso, incluso “la mística del sacramento de la eucaristía tiene un carácter social" (DCE 14). Ello abre al otro y de manera especial al otro más diferente. Tanto, que puede afirmarse que en lo que el otro tiene de distinto es donde con más nitidez se desvela el Totalmente Otro. De nuevo, el Papa lo explica con rigor: "Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí (...). Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso practico aquí y ahora" (DCE 15). "El amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos  ante Dios" (DCE 16).

La Pastoral Penitenciaria tiene la obligación de interpretar esta relación entre la lejanía y la proximidad desde el rostro concreto de los presos, sin hacer distinción de origen, nacionalidad, religión, ni ninguna suerte de acepción de personas o delitos.  Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí. Continúa el Papa: "En Dios y con Dios, amo también  a la persona que no me agrada... entonces, aprendo a mirar a esa otra persona no ya con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo" (DCE 18).

Este dinamismo desbordante del amor nos permite lo más difícil: adentrarnos por la puerta grande del perdón. La Iglesia apela al arrepentimiento y la responsabilización del infractor y abre generosamente sus puertas esperando su vuelta a casa sin etiquetas, ni estigmas. Ni los criminales más crueles, ni los terroristas más ofuscados están exceptuados[5]. Nadie, absolutamente nadie es ajeno al amor de Dios y de su Iglesia. Por eso, señala el Papa, ésta "no adopta una posición de superioridad ante el otro, por miserable que sea momentáneamente su situación" (DCE 35). Una vez más, las personas son siempre mucho más que sus delitos. Es la afirmación más contundente del principio de perfectibilidad humana tan fundamental en nuestra acción pastoral.

Para vivir todas estas sublimes dimensiones será imprescindible vivir y cultivar el amor a Dios. Dice la encíclica: "Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver en el prójimo solamente al otro, sin reconocer en él la imagen divina (...). Sólo así puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias...<y> puedo ofrecer la mirada de amor que necesita" (DCE 18).

El Papa pone como ejemplo de este amor, auténticamente eucarístico, volcado a los hombres, a una santa sin canonizar: la Beata Teresa de Calcuta (Cf. 12 DCE) Con su incorporación a la lista de santos canonizados, lejos de ser una incorrección teológica, el Santo Padre está queriendo señalar que santos son en verdad los que, más allá de los procedimientos canónicos, han aunado un amor oblativo a Dios y una pasión entregada y generosa por los pobres. "El amor crece a través del amor”, concluye. (DCE 12). ¡Qué verdad es!

SEGUNDA PARTE: Ejercicio del Amor por parte de la Iglesia y los presos

La Segunda Parte de la Encíclica la dedica el Papa a desarrollar la forma más organizada de ejercer el Amor Dios a través de la Iglesia. Entre otras cuestiones trata de la “caridad social”, de la justicia, y de lo que llamaba Pío XI “caridad política”.

En efecto, la Iglesia ha de poner en práctica el amor, "desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad" (DCE 20 y Cf. 32 ver y comparar). Esto nos lleva a pensar que la acción de la Pastoral Penitenciaria no debe quedar reducida al noble empeño de unos elegidos que trabajan en las prisiones. Más bien, debe comprometer a toda la Iglesia. De ahí que el reto sea aunar los esfuerzos de los abnegados hombres y mujeres de la Pastoral Penitenciaria con los de las parroquias y las Diócesis. Constituye una forma, no sólo de enraizar eclesiológicamente de modo más completo su ministerio al servicio de los encarcelados, sino también, de hacerlo más efectivo, tanto en el orden de la atención a los encarcelados, como en el de la prevención de los delitos y el acompañamiento a la reinserción de los ex convictos. Se trata de articularla en una autentica pastoral orgánica o de conjunto[6] porque “todos somos responsables de todos” (SRS 38)[7]. Ello supone la directa implicación y responsabilización de las Conferencias Episcopales, de los Obispos como responsables últimos de la Pastoral Penitenciaria en sus Diócesis[8] y de las parroquias de donde proceden los presos y viven sus allegados. La circunstancia auténticamente relevante no es tanto tener prisiones en el territorio (no siempre es así), como contar con personas encarceladas o en riesgo de serlo entre sus fieles (lo que se produce casi con seguridad).

Yendo a su fundamento, “para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia" (DCE 25). Efectivamente, "la Iglesia es la familia de Dios en el mundo" continúa Benedicto XVI, y la Pastoral Penitenciaria, apostillamos nosotros, es la familia de Dios especialmente para con los encarcelados que, en no pocas ocasiones, carecen de ella, o se han roto los lazos con ella o la tienen muy lejos.

El Papa coloca en un plano superior la fe y la justicia y, al servicio de esta última, la política. La justicia se constituye así en el objeto y medida de la política (Cf. DCE 28). Bueno será no olvidar que la política criminal no debe divorciarse de la justicia y que en la búsqueda incesante de ésta la fe también tiene algo que aportar. En efecto, la fe es la "fuerza purificadora para la razón"(DCE 28) y aporta su propia ayuda para establecer lo que es justo, aquí y ahora, poder reconocerlo y después ponerlo en práctica (Ibíd.). Nótese las dos dimensiones que atribuye la encíclica a la fe y que cobran importante relevancia en la Pastoral Penitenciaria: Tiene una primera función, podríamos decir, más teórica –purificar la razón, formar la conciencia, prevenir cegueras y manipulaciones ideológicas- y una segunda vocación más práctica para discernir lo justo y, sobre todo, ponerlo por obra.  Por eso, de ninguna manera "la Iglesia puede quedar al margen de la lucha por la Justicia" (DCE 28) y el respeto más exigente a los Derechos Humanos, mucho menos en un ámbito tan sensible como las prisiones y la lucha contra la criminalidad.  Lo dice bien el Compendio de la Iglesia Católica, 403: “Es importante la actividad que los capellanes de las cárceles están llamados a desarrollar, no sólo bajo el perfil específicamente religioso, sino también en defensa de las dignidad de las personas encarceladas".

También sabemos bien que junto con el anhelo de justicia será irrenunciable el concurso de la caridad: siempre "será indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo" (DCE 28) porque en verdad, "el hombre, más allá de la justicia, siempre tendrá necesidad de amor" (DCE 29).

Muchos y muy jugosos párrafos contiene esta segunda Parte dedicados a la caridad y a la justicia y a las relaciones entre ambas. Permitidme, para no alargar la intervención, que finalmente destaque algunas actitudes que pide el Papa a quienes ejercemos el ministerio de la solidaridad con los que sufren.

1ª) Competencia (cf. DCE  31a): La caridad no exime del rigor. En este sentido, ha de ser alabado el esfuerzo de muchas pastorales por contar con especialistas de diversas disciplinas que aseguran una atención personalizada más cualificada. A los pastoralistas deben de sumarse los profesionales de las ciencias sociales y los juristas.

2ª) Formación permanente, porque a la espontaneidad hay que añadir la programación, la previsión, y la evaluación (Cf DCE 31b).  Pero sobre todo, lo más importante es la “formación del corazón" (DCE 31a), tal que el amor al prójimo sea más una consecuencia natural de la fe que propiamente un mandamiento. Ello generará humanidad y cordialidad en el sentido más fuerte: lo que sale del corazón y conecta con la más alta caridad. 

3ª) Independencia política e ideológica.  El programa del cristiano "es un corazón que ve" (DCE 31b). No está al servicio de estrategias mundanas sino que constituye la actualización del amor que el ser humano necesita aquí y ahora. Su identidad eclesial sólo se realiza y actualiza en la misión, a través del triple munus Ecclesiae: Anuncio de la Palabra, celebración de los sacramentos y servicio a la causa de la dignificación, liberación integral y redención de las personas encarceladas.

4ª) Apertura a la colaboración con todos, empezando por las otras Iglesias y comunidades, pero abiertos también a numerosas iniciativas cívicas solidarias, entidades estatales (DCE 30) y a todo tipo de Instituciones similares (DCE 31b). Constituye una señal de su identidad la apuesta por el diálogo universal: “La Iglesia se hace diálogo” (Ecclesiam suam 29). En el caso de la Pastoral Penitenciaria, este diálogo se desarrolla no sólo con sus interlocutores “naturales” (las personas presas), sino también con otras confesiones religiosas y aun con todos los hombres y mujeres de buena voluntad que se empeñan en humanizar el sistema penal y penitenciario. Del mismo modo, el diálogo fraterno se mantiene con las personas que trabajan en la propia prisión y con las autoridades políticas, policiales, judiciales y penitenciarias con el fin de avanzar hacia el sueño de Dios: otorgar auténtica libertad integral a todos “los que habitan en las mazmorras” (Is 42,7).

5ª) Testimonio del amor, pero no proselitismo. Afirma el Papa, "el amor es gratuito, no se practica para conseguir otros objetivos (…). Quien ejerce la caridad nunca tratara de imponer a los demás la fe de la Iglesia (...). El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre Él, dejando que hable solo el amor" (DCE 31c).  Impresionantes palabras de quien no tiene necesidad egocéntrica de afirmarse a sí mismo, sino sólo de testimoniar amor. Ello, concluye el Romano Pontífice, "no significa dejar de lado a Dios y a Cristo (...), Pues, al final, la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor" (Ibíd.). En suma, como reconoce en otro lugar, "la íntima participación en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo. Para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo" (DCE 34) y, de este modo - continúa-, el servir "hace humilde al que sirve”.

6ª) Inasequible al desaliento "ante el exceso de necesidades y lo limitado de sus propias actuaciones" (DCE 35). Ello surge del sentimiento de alivio al saberse simple instrumento del Señor: "hará con humildad lo que le es posible, y con humildad confiará el resto al Señor". En las prisiones nos “apremia el amor de Cristo " (1Cor 5,14), pero, como decía con viveza un gran Santo español, San Ignacio de Loyola, “debemos hacer todo como si dependiese de nosotros, pero confiar sabiendo que, en último término, todo depende de Dios".

7ª) No en último lugar, bien se resume todo en ser auténticamente hombres y mujeres de Dios. Como señala elocuentemente el Papa, "quien va hacia Dios no se aleja de los hombres" (DCE 42) y "quien reza no desperdicia su tiempo" (DCE 37). Esto no sólo se refiere a los agentes de la Pastoral Penitenciaria. También debe ser enseñado a los presos. En efecto, sólo "la familiaridad con el Dios personal y el abandono a su voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas" (DCE 37).

Desde ahí podremos ser hombres y mujeres de esperanza. "La esperanza se relaciona prácticamente con la virtud de la paciencia, que no desfallece siquiera ante el fracaso aparente y con la humildad, que reconoce el misterio de Dios y se fía de Él incluso en la oscuridad" (DCE 39).

Conclusión

La Pastoral Penitenciaria Católica, para ser fiel a su único Señor, no puede olvidar que una de las preguntas que en el juicio final cerrarán el ciclo de la historia -formulada a creyentes y a no creyentes- es” ¿me visitaste cuando estuve preso?” (cf. Mt 24,45). En el fondo, es la misma que una de las primeras que inauguran la narración de la historia de la salvación “¿qué hiciste de tu hermano?” (Gn 4,10).

Sin duda, a la Pastoral Penitenciaria, como se nos decía en el Mensaje Jubilar le “queda mucho por hacer” y “todavía nuestra conciencia no puede permanecer tranquila” (MJ  5b): en efecto, nos queda mucho por replantear y revisar (cf. MJ 5c y 7a). Por eso, experimentamos en estos días de gracia un precioso kairós desde el “compartir fraterno” (NMI 50) que nos anima a todos a seguir siendo Buena Noticia en un contexto que hambrea misericordia, esperanza, justicia y libertad. Que Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen de la Merced, redentora de cautivos, nos ayuden a ello.

                                       En Roma, 10 de septiembre de 2007.

                                                                                 

+Vicente Jiménez Zamora

Obispo de Santander

 Responsable de la Pastoral Penitenciaria

Conferencia Episcopal Española


 

[1] "La Iglesia ve como un signo de esperanza `'la aversión cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso como instrumento de legítima defensa social" (Compendio DSI 405; Cf.  Evangelium Vitae 27 y 56). De manera aún más rotunda, Juan Pablo II en el  Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2001, (19 AAS (2001) 244), define el recurso a la pena de muerte en las actuales circunstancias como "absolutamente innecesario"·

[2] Aparecida 443. El Documento final de la V Asamblea del CELAM, dedica significativamente varios números a la Pastoral Penitenciaria.

[3] Cf. la referencia expresa que hace el Papa en DCE 22 a las actividades de los primeros cristianos referidas por Justino mártir, entre las que se encontraban la visita a los encarcelados.

[4] Benedicto XVI: Discurso inaugural: Aparecida 407.

 

[5] Como recordaba el Cardenal Darío Castrillón en su discurso: "la dignidad del preso es siempre mayor que su culpa". Seminario Internacional de marzo de 2005 sobre los Derechos Humanos de los presos: "Preservar la dignidad humana de cada persona, descubrir el rostro de Cristo en cada preso.”

 

[6] Por eso, son precisos "renovados esfuerzos para fortalecer una Pastoral Social estructurada, orgánica e integral que con la asistencia y la promoción humana (EA 58) que se haga presente en las nuevas realidades de exclusión y marginación que viven los grupos más vulnerables, donde la vida está más amenazada" (Aparecida 413). En esa dirección, nos atrevemos a esperar que del mismo modo que Cor Unum se estableció como organismo responsable para la orientación y coordinación entre las acciones caritativas promovida por la Iglesia (cf. DCE 32), se hiciese lo propio con la Pastoral Penitenciaria en el seno de la Pontificia Comisión de Justicia y Paz con la que tiene muchas y poco disimuladas afinidades.

[7] Como decía el Cardenal Martino en sus Reflexiones conclusivas del Seminario sobre los Derechos Humanos 2005, "la Pastoral Penitenciaria es una pastoral sectorial y especializada, pero debe ser sin embargo y siempre una pastoral de toda la Iglesia, en la que toda la Iglesia está comprometida y desde la cual toda la Iglesia es interpelada" (Ecclesia 3250 (2005) 31, 25 de marzo).

[8] La Exhortación postsinodal Sacramentum Caritatis 59, señala la necesidad de los presos de "sentir la cercanía de la comunidad eclesial", por eso dice el Papa: "pido a las Diócesis que, en lo posible, pongan los medios para una actividad pastoral que se ocupe de atender espiritualmente a los presos".